PARA EL DELINCUENTE DE OFICIO SON UN RESORT.
Por: Lic. Franklin Castro
Todos
vivimos en volandas y asombrados con los niveles de delincuencias que de
repente se han apoderado de un país y una sociedad tradicionalmente pacífica,
alegre y trabajadora. Vemos maravillados como un sujeto que salió hoy de la
cárcel lo sorprenden mañana en medio de un atraco, trabajo de sicariato o algo
peor. Es como si la cárcel no le importara o no le intimidara, y acontece que
eso es correcto, la cárcel ni le intimida ni le importa sino todo lo contrario,
en ese submundo es donde ellos realmente se sienten a sabor, se sienten a
gusto. Es donde se sienten importantes, donde tienen la sartén por el mango. Afuera
hay un universo más competitivo, tienen que trabajar, pagar renta, cubrir sus
necesidades y cuidarse de la policía. Mientras que en la cárcel no hay que
pagar renta, ni luz, ni nada de lo que los ciudadanos normales tenemos que
lidiar porque el Estado lo mantiene, no tienen que cuidarse de la policía
porque ya están presos,
venden y consumen drogas y alcohol sin mayores
consecuencias, los códigos de conductas lo imponen ellos, en otras palabras,
son los que administran y corren el lugar. Ahí ellos son los jefecitos,
mientras que en la calle son parias y rechazados sociales. Ni siquiera el sexo
es problema, porque en ese submundo hay una brigada de doncellas que se dedica
precisamente a eso, a ir a los recintos carcelarios a entretener y divertir a
los chicos malos y remediar sus necesidades eróticas, como una forma de ellas
también sentirse querida e importantes. De manera que, si queremos que los
delincuentes le teman a las cárceles hay que someterlos, eliminar todos los
privilegios y el desorden del viejo sistema penitenciario, e integrarlo todo al
nuevo sistema, y entregarle el control a una nueva y preparada policía
correccional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario